
Imaginando el futuro del #TeatroEnMTY
¿Y si hoy fuera realmente el primer día de ese futuro que queremos? ¿Qué tendríamos que estar haciendo, pensando, construyendo o cambiando si en serio nos importa el teatro que queremos ver en Monterrey dentro de 20 años? Ya llevamos tiempo haciendo diagnósticos, señalando problemas, armando listas de lo que nos falta. Ahora viene la pregunta importante: ¿qué futuro podemos imaginar juntos como algo que realmente queremos? La pregunta suena ambiciosa, pero necesaria. El futuro no aparece solo: hay que diseñarlo, pelearlo, sembrarlo.
Pensar el teatro de Monterrey en 20 años no significa inventar fantasías imposibles. Es una forma de sacudir el presente, de preguntarnos qué tipo de escena queremos dejar. Una escena que pueda sostenerse, pero que no se acomode. Que sea profesional sin convertirse en pura burocracia. Que incluya a todos sin caer en el show de la diversidad. Que respete lo que ya existe, pero que también le dé espacio a lo que viene. ¿Cómo se construye algo así? ¿Qué decisiones necesitamos tomar desde ahora para llegar ahí?
El primer paso puede ser dejar de pensar que hay un solo camino. No existe una ruta única, sino muchas posibilidades. Podemos imaginar un ecosistema teatral con políticas públicas que funcionen de verdad, donde los apoyos no sean solo concursos sino estructuras estables. Un sistema donde los proyectos tengan tiempo de crecer, donde no todo dependa de estar aplicando constantemente a convocatorias. Pero también podemos pensar en formas cooperativas, descentralizadas, que no dependan solo de que las instituciones nos validen, sino de redes de intercambio, de cuidado mutuo, de apoyo real entre artistas.

La balanza
Podemos imaginar una escena donde el trabajo teatral esté formalizado, con derechos laborales, con seguridad social, con tiempo para ensayar sin estrés. Un lugar donde hacer teatro no signifique siempre sacrificar algo personal, sino que se reconozca como un trabajo digno, apoyado por estructuras que valoran el tiempo, el proceso y la continuidad. No como algo excepcional que solo se logra con apoyos ocasionales, sino como algo normal que nos permita construir carreras reales sin quemarnos en el intento.
Pero al mismo tiempo podemos imaginar una escena donde haya espacio para la experimentación total, para lo que no da dinero, para equivocarse como parte del proceso creativo. Donde las reglas del mercado no sean la única forma de medir si algo vale la pena, y donde el teatro pueda explorar sin la presión de gustar, vender o justificar cada movimiento. Una escena donde la investigación artística tenga valor por sí misma, no solo como preparación para algo “presentable”. ¿Cómo logramos que estas dos dimensiones no se cancelen entre sí, sino que convivan, se alimenten, se cuestionen?
Entre estas posibilidades extremas se abre un espacio interesante para pensar en modelos que mezclen ambas cosas, que reconozcan las diferentes formas de hacer teatro en Monterrey. Modelos que no busquen que todo sea igual, sino que conecten. Que permitan que una compañía establecida comparta espacio con un colectivo que apenas va empezando; que un teatro independiente pueda hablar con una institución pública sin sentirse invadido. Tal vez el futuro no dependa tanto de inventar algo completamente nuevo, sino de aprender a conectar lo que ya existe, pero que todavía no vemos como parte de la misma historia.

La comunión
También necesitamos imaginar nuevas formas de conectar con los públicos. No como consumidores que solo van a ver algo, sino como comunidades que participan activamente. Públicos que no solo asisten, sino que opinan, que conversan, que se ven reflejados en lo que presencian y también en lo que no. Un teatro que no se limite a mostrar cosas, sino que genere conversación, que escuche y que resuene. ¿Qué tipo de educación cultural necesitamos para que el teatro no sea algo exclusivo para unos pocos, sino una conversación amplia que incluya a todos?
Este cambio requiere pensar más allá de lo que pasa en el escenario. Significa preguntarnos qué sucede antes, durante y después de cada función. ¿Qué conexiones se crean? ¿Qué preguntas surgen? ¿Qué historias se comparten fuera del teatro? Las estrategias para conectar con la gente no deberían ser algo que se agrega después, sino una parte central de cómo pensamos el teatro. Una forma de extender la experiencia más allá del momento de la función, convirtiendo al público en alguien con quien dialogamos, no en alguien que solo mira en silencio.
Y en esta relación con las audiencias también está la cuestión de la diversidad. No solo en términos de quién aparece en el escenario, sino de quién puede acceder realmente: ¿quién puede ir al teatro?, ¿quién se siente bienvenido?, ¿quién encuentra algo que le conecte? Pensar el futuro del teatro es también pensar en los cuerpos que aún no están ahí, en las voces que no hemos escuchado, en las ausencias que seguimos viendo como normales. El futuro no será más inclusivo porque lo digamos, sino por las acciones diarias que abran más espacios de pertenencia.

Los caminos
El futuro también nos obliga a imaginar otras formas de moverse. ¿Cómo hacemos para que las obras de Monterrey no se queden solo aquí, sino que conversen con otras escenas del país y del continente? ¿Cómo construimos rutas que no repitan la vieja lógica de que todo lo importante está en el centro, sino que reconozcan la fuerza de lo que se hace desde aquí? La circulación no debería ser algo que a veces pasa, sino una condición básica para crecer como artistas, intercambiar conocimientos y fortalecer todo el ecosistema teatral.
La distancia geográfica siempre ha sido un obstáculo. Pero tal vez la mayor distancia es la simbólica: lo difícil que es que nos lean, nos vean, nos consideren desde otros lugares sin tener que pasar por la aprobación del centro. ¿Qué necesitamos para que nuestras obras viajen, pero también para que lo que viene de fuera nos enriquezca sin borrar lo local? ¿Cómo creamos redes que no sean extractivas, sino de intercambio real? Pensar la movilidad teatral no es solo resolver cómo transportar las obras, sino imaginar formas éticas de encontrarse.
Quizá el futuro dependa de generar vínculos afectivos tanto como infraestructuras materiales. De saber quién puede abrir una puerta, dar una mano, hacer una invitación. Porque los circuitos no se crean solo con dinero, sino con ganas reales de conectar. Y esas ganas requieren tiempo, confianza, disposición a compartir. En un mundo cada vez más dividido, pensar en circulación también es pensar en comunidad extendida: una red de complicidades que cruce fronteras sin borrar las particularidades de cada lugar.

La Semilla
Y algo no menos importante: ¿quiénes estarán haciendo teatro en 20 años? ¿Qué generaciones, qué cuerpos, qué voces, qué lenguajes? La pregunta por el futuro también es una pregunta por quién toma el relevo. No como algo que pasa automáticamente, sino como una decisión consciente de acompañar lo que está emergiendo. ¿Estamos cuidando hoy las condiciones para que niños y jóvenes se acerquen al teatro desde el deseo, la confianza y la posibilidad real de dedicarse a esto si lo eligen?
Más allá de formar actores, se trata de sembrar ciudadanía cultural. Que las nuevas generaciones conozcan el teatro no solo como algo que ven de vez en cuando, sino como un espacio de pensamiento, juego, crítica, afecto y comunidad. Para eso, nuestras formas de enseñar necesitan una revisión: ¿desde dónde se enseña?, ¿qué cuerpos están en el centro?, ¿qué estéticas se validan?, ¿qué experiencias se dejan fuera? No hay teatro posible a futuro si no hay pedagogías que lo cultiven desde la base.
Y esas pedagogías no están solo en las escuelas. También están en los procesos creativos, en las programaciones, en las formas de producir y organizarse. Cada función, cada convocatoria, cada festival también es una forma de educar. Educar no es imponer ideas, sino abrir horizontes. Permitir que otras formas de estar en el mundo se vuelvan posibles de imaginar. Si queremos una escena diversa y vital en dos décadas, necesitamos construir hoy los espacios donde eso pueda crecer con tiempo, atención y cuidado.

El Archivo
Pensar el futuro también significa imaginar formas de conservar la memoria. No basta con hacer teatro; también hay que preguntarse cómo va a ser recordado, cómo lo van a leer quienes no estuvieron ahí. ¿Qué vamos a conservar de lo que hoy estamos creando? ¿Qué quedará registrado, qué se va a perder, qué historias van a construir la memoria? La historia del teatro de Monterrey no se está escribiendo en libros: se está viviendo. Y muchas veces desaparece sin dejar rastro, como si lo efímero del teatro justificara el olvido.
Archivar no significa fijar el pasado, sino cuidarlo para que se pueda leer de nuevo. Y eso implica decidir qué se guarda, cómo se guarda y quién lo hace. ¿Qué tecnologías, qué plataformas, qué formas de registro necesitamos para documentar sin congelar? Tal vez el archivo del futuro no esté solo en bibliotecas, sino en plataformas digitales, en testimonios orales, en registros audiovisuales accesibles y dinámicos. Archivar también es un acto de poder: lo que se cuenta, existe; lo que se omite, desaparece.
Imaginemos un archivo que no sea solo acumulación, sino conversación. Donde se escuche a quienes estuvieron detrás del escenario, a quienes diseñaron luces, a quienes cuidaron al público, a quienes sostuvieron procesos sin aparecer en los créditos. Un archivo que reconozca que la memoria no es neutral y que toda historia es una construcción. Si realmente creemos en un futuro más diverso, necesitamos contar también un pasado más amplio. Más complejo. Más justo.

El Refugio
Quizá lo más difícil y también lo más hermoso sea imaginar un teatro donde el cuidado no sea algo excepcional, sino una forma de organizarse. Cuidado por las condiciones de trabajo, por las relaciones humanas, por los procesos creativos, por los espacios que habitamos. Un cuidado que no se deje solo a lo privado, a los vínculos personales o a las buenas intenciones, sino que se integre como parte del diseño institucional, de los presupuestos, de las decisiones diarias.
¿Cómo se organiza una escena que no sacrifique la salud mental ni la vida personal de quienes la hacen posible? ¿Cómo se mide el éxito de un proyecto si no es solo por la cantidad de funciones o el número de espectadores, sino también por la calidad del tiempo compartido, por la posibilidad de haber vivido un proceso sin violencia, sin explotación, sin agotamiento extremo? ¿Estamos dispuestos a cambiar nuestras formas de medir, nuestras presas, nuestros modos de producir?
Pensar el cuidado como base no es romantizar la fragilidad, sino reconocer que la sostenibilidad no es solo económica, sino también emocional, física, política. Que un teatro vivo no es el que produce más, sino el que se permite descansar, dudar, acompañar. Tal vez el futuro que soñamos empiece por preguntarnos: ¿a quién estamos cuidando hoy? ¿Y cómo nos estamos dejando cuidar?

La Construcción
En 20 años, quienes hoy leen esto estarán en otras posiciones. Algunos habrán dejado el teatro, otros lo habrán transformado por completo. Nuevas voces ocuparán los espacios, con otras preguntas, otras herramientas, otros referentes. ¿Qué quisiéramos que esas voces encuentren al llegar? ¿Una escena cerrada, rígida, agotada? ¿O una escena abierta, generosa, crítica, viva? El futuro no será un territorio vacío, sino una continuidad marcada por las decisiones que tomamos ahora.
Quizá nunca sepamos con certeza si estamos haciendo lo correcto, pero eso no debe paralizarnos. Porque el futuro no es una promesa ni una amenaza: es una construcción compartida. Y pensar en él no es posponer lo urgente, sino ampliar lo posible. No sabemos cómo será el teatro de Monterrey en 2045. Pero podemos empezar a escribirlo ahora. En cada decisión. En cada ensayo. En cada conversación como esta.
Y tal vez ahí esté el acto más radical: imaginar, sin cinismo, que otro teatro es posible. Atrevernos a soñar no como escape, sino como ejercicio político. Como apuesta amorosa. Como señal de que, a pesar de todo, seguimos aquí, imaginando juntos. ¿Te atreves a imaginarlo también?
NOTA: Este contenido se generó a partir de un proceso mixto entre autoría humana y herramientas de IA. Si quieres saber más sobre cómo se elaboran estas reflexiones y las imágenes que las acompañan, puedes leer la nota completa aquí: [Sobre el proceso creativo →]











