El príncipe Tadeo es un joven que disfruta de los privilegios de la corona: duerme hasta pasada la mañana, sus sirvientes lo visten, y no hay nada que le impida hacer yoga, leer y pintar. Sin embargo, no parece ser feliz. Su madre, la reina, ya está cansada y quiere jubilarse. Para que esto suceda, es necesario que Tadeo se case y así herede el trono. Al pedírselo, el príncipe titubea un poco, pero acepta. Entonces la reina decide organizar un casting para encontrar a la futura reina. Las candidatas que se presentan no cumplen con los gustos de la familia y, justo antes de darse por vencidos, aparecen la princesa Celeste y su hermano, el príncipe Azul. Es entonces cuando Tadeo decide casarse… con el príncipe Azul.
En congruencia con el texto de Perla Szuchmacher, el director Artús Chávez recrea un universo fársico para contarnos Príncipe y Príncipe, un cuento de hadas que rompe con la estructura tradicional al presentarnos un cambio en los roles de género y plantear otras opciones de finales felices. La obra cuenta con las actuaciones de Anahí Allué, Christopher Aguilasocho, Miguel Romero, Eduardo Siqueiros y Margarita Lozano. La producción está a cargo de La Caja de Teatro, compañía creada por Giselle Sandiel, quien es además responsable del vestuario, y de Félix Arroyo, a cargo también de la escenografía e iluminación.
El salón del palacio en donde nos encontramos está pintado enteramente de blanco, con los bordes de sus elementos en color negro: columnas neoclásicas, adornos en las paredes e incluso algunas estatuas pequeñas. Esta ausencia de color contrasta con una diversidad cromática en los vestuarios y las pelucas de los personajes, a quienes se les ha asignado un color. Desde el rojo para la reina, pasando por el verde para el mayordomo, hasta el azul para el príncipe Azul.
En el momento en que Tadeo comunica a su madre, interpretada por Anahí Allué, la decisión de su boda, vemos pasar en ella todas las etapas del duelo, desde la negación hasta la aceptación, en menos de un minuto. Este ejemplo muestra el tono fársico de la obra, que también se evidencia en las variadas (y a veces bestiales) princesas que desfilan en el casting y en la gestualidad del mayordomo del palacio.
Este último personaje cobra relevancia al ser el primero que plantea un juego directo con la audiencia, permitiéndole poco a poco participar en el desarrollo de la obra. En dicho juego, el mayordomo sale a escena con un letrero que pide silencio al público. Al darse la vuelta, el letrero pide lo contrario, y el público reacciona, haciendo refunfuñar al personaje. En una segunda escena vuelve a aparecer el mayordomo con el letrero, y al darse la vuelta , el letrero ya ha sido cambiado, engañando a unos cuantos del público que estaban listos para hacer ruido.
Aunado a estos juegos, hay varios rompimientos de la cuarta pared, como cuando la reina pide la validación de una señora al regañar al príncipe, o cuando se le termina el escenario y lo menciona a sus compañeros y al público. Estos momentos involucran inevitablemente al espectador en el convivio teatral, entusiasmándolo con lo que están viendo en escena y hasta llevándolo a festejar la transgresión que todavía representa el hecho de que dos hombres se casen.
El cierre de la obra convierte al Teatro Hidalgo de la ciudad de Colima en un gran salón donde se celebrará la boda real y donde el público es el invitado especial. Las fanfarrias se escuchan en todo el recinto y una marcha nupcial, parte de la música original creada por Iker Madrid, adornan el evento. La reina y el mayordomo reparten papelitos de color metálico entre las primeras filas del teatro, con los que se festejará tan gloriosa ceremonia.
En la gran mayoría de las historias que tratan temas LGBT, el tratamiento hacia los procesos de aceptación de la identidad propia y de algún familiar está inundado de dramatismo. Sufre la persona con una orientación sexual diferente, sufre la familia, sufren los amigos. Los finales no siempre terminan siendo felices. En el caso de Príncipe y Príncipe nos encontramos ante una historia donde el “salir del clóset” o reconocerse como “diferente” no son un problema. La felicidad que Tadeo buscaba la encontró hasta que pudo aceptarse como es, sin tener que cumplir con obligaciones sociales o familiares. El príncipe no duda de si lo que siente es “normal”, si su madre lo aceptará o incluso de si, desde su posición de próximo rey, su pueblo lo rechazará.
Como buen cuento de hadas, este sí tiene un final feliz. Ojalá así fuera siempre en la vida real.