Otelo

Otelo es quizás uno de los dramas más íntimos de Shakespeare, quizás porque ya no es la gran tragedia del reino como en Macbeth, o el gran conflicto de familias que es Romeo y Julieta, sino que trata sobre una pasión entre una pareja: Otelo y Desdémona.

Cegado por sus celos y su inseguridad, Otelo  mata a Desdémona, lo que desencadena la muerte de algunos de sus colaboradores y la de él mismo. Otelo puede ser cualquiera de nosotros (aunque no todos lleguemos a matar).

Con una adaptación de Ángel Hinojosa,  Eduardo Martínez dirige una versión de Otelo condensada y concisa. La obra fluye y mantiene su ritmo durante los casi 90 minutos, manteniendo en el espectador el interés por llegar al final.

Una de las mejores maneras de notar la calidad del montaje es con la respuesta que se tiene del público. Muchas veces el público tiende a quedarse inmóvil, pasivo ante lo que sucede en escena, ya sea por estar tratando de procesar lo que ocurre en escena, o bien porque no entiende absolutamente nada de lo que está viendo. En el caso de este Otelo fue interesante ver cómo el público reaccionaba a las acciones de los personajes, metiéndose de lleno a lo que acontecía sobre el escenario.

He de decir que fue Yago, interpretado por Raúl Oviedo, el que logró conectar más con el público, al ser el villano que todos podemos odiar. “Pinche perro” se oyó decir en la sala. Quien sabe a quién le habrá recordado Yago.

También fue interesante la propuesta escenográfica la cual fue sencillay útil. Unos cuantos costales simulando barricadas de guerra, unas sillas y algunos elementos de utilería bastaron para recrear el campamento de guerra que dirige Otelo.

Es importante que la escena local no se olvide de los autores clásicos, rescatando su esencia para verlos en tiempos modernos. Sobre todo autores como Shakespeare quien, después de casi 400 años, sigue demostrando que sus dramas hablan sobre la naturaleza humana, pues siguen presentes a través del tiempo.

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