Fotografía: Alberto Clavijo. Cortesía de la producción de la obra.

Macbeth: bello humo y espejismos

 

En el Teatro del Centro de las Artes había una larga fila para obtener el pase de cortesía y después otra larga fila para esperar el acceso a la sala. Algunas personas llegaron hasta dos horas antes del comienzo para asegurarse de entrar y obtener buenos lugares y uno se pregunta ¿si es una obra, un director y un elenco tan popular por qué no fue programada en la Gran Sala del Teatro de la Ciudad?

 

Por lo menos 335 almas (si no es que más) pudimos presenciar Macbeth, montaje de la obra clásica de Shakespeare que después de “Hamlet” es quizá de las más nombradas del autor. Siendo ya tan conocida la obra se vuelve un reto aún mayor hacer algo nuevo con material tan visto y tan trabajado para poder ofrecer a una audiencia una perspectiva fresca. Mauricio García Lozano, director con gran trayectoria artística, abordó este desafío exitosamente en casi todos los sentidos.

 
Fotografía: Alberto Clavijo. Cortesía de la producción de la obra.
 

Una puesta en escena poco menos que espectacular, con recursos sencillos pero efectivos aunque en ciertos momentos fueron utilizados de más. El decorado minimalista compuesto por tres gruesas viejas y sucias paredes con tres portales, uno hacia la izquierda, otro a la derecha y otro hacia el fondo del escenario enmarcaban las entradas y las salidas, y una pequeña barda cruzando al fondo del portal central que proveía desnivel al trazo de los actores. El piso del escenario estaba encharcado en agua, creando un espejo. El líquido brincaba, salpicaba y sonaba a cada paso y movimiento de los actores y les mantenía mojado el vestuario; también servía para reflejar la iluminación oscura y transversal. Luces laterales se utilizaban para crear contraste y una atmósfera adecuada; el reflejo de la luz en el agua bailaba en las paredes y en el techo del teatro. Todo esto producía la sensación de un mundo en tinieblas, húmedo, podrido y estancado. Había máquinas de humo colocadas en el fondo del escenario de manera que este saliera de la boca del mismo y se fuera hacia las butacas; desde nuestra perspectiva, viendo a través del humo, le daba un efecto de profundidad muy interesante a la escena (aunque también provocó muchos tosidos en los espectadores).

 

Visualmente la puesta fue impecable; estéticamente no había nada fuera de lugar. Los pocos elementos en escena junto con el diseño minimalista fueron suficientes para sugerir el tono y la atmósfera sin ser demasiado específicos. Esto permitía al espacio estar siempre casi vacío, ayudando a la multiplicidad de tiempos y espacios representados en él. El trazo fue pulcro y preciso. Los personajes espacialmente expresaban su relación de poder, o su estado anímico; ocupaban el espacio armónicamente sin entorpecerse en ningún momento. La poca utilería era esencial y dramáticamente ayudaba a contar la historia. Ejemplo de esto una tela roja mojada que se utilizó a lo largo de la obra para representar la sangre entre otras cosas. El “trono”, un rojo sillón de piel, fue el único elemento de mobiliario y nunca salió de escena, manipulado por los actores constantemente, símbolo del poder en juego.

 
Fotografía: Alberto Clavijo. Cortesía de la producción de la obra.
 

El diseño sonoro fue en muchas ocasiones adecuado, la música original de Pablo Chemar agregó mucho a la atmósfera emocional y sensorial del montaje. La obra comienza con las brujas o “hermanas del destino” entrando a escena cantando melodías tétricas. La más joven de ellas es la primera en entrar por la lateral del fondo, arrastrando una piedra amarrada a una cuerda encima de la pequeña barda acompañada del sonido agudo del filo de un sable frotado contra una piedra afiladora y un zumbido monótono musical. En ocasiones hubo voces femeninas cantando coros celestiales como ángeles pidiendo por la redención de las almas malditas de los asesinos o de las víctimas. Aunque hubo momentos donde utilizaron sonidos de más y terminaron siendo parte de los excesos que padece el montaje.

 

Durante unas escenas se escucha en las bocinas el sonido de pasos en el agua chacualeando incesantes, algo que distrae y no brinda mucho a la escena más allá de intentar mantener la atención del espectador con estímulos auditivos. Un sonoro gong chino colocado al fondo del las butacas cerca de la cabina de iluminación fue utilizado como corte de transición entre cada cuadro para apuntalar los cambios de tiempo y espacio pero después de dos horas se volvió algo fatigante su constante sonido y adquirió un sinsentido tras las repeticiones peligrando el montaje un poco hacia lo absurdo, obstruyendo al ambiente tétrico.

 

En su mayoría el elenco se desempeñó de buena manera. La coreografía escénica que logró García Lozano hizo de cada momento de la obra arte plástico. La paleta de colores y la armonía en el uso del espacio, el ritmo de los movimientos; todo fue magistralmente orquestado y ejecutado. Sin embargo, la necesidad de una producción de vender taquilla y lograr que la gente vaya al teatro en muchas ocasiones motiva a los productores de las obras a castear actores conocidos del cine o la televisión. Esto en teoría no tiene ningún problema, es algo que se hace muy frecuentemente y en Colombia fue la estrategia que ayudó a volver a hacer del teatro un arte popular.

 
Fotografía: Alberto Clavijo. Cortesía de la producción de la obra.
 

Siendo puristas diríamos que se debería de dar el personaje al actor que quede en tipo y lo interprete de la mejor manera. En la mayoría de los monólogos de Macbeth, Juan Manuel Bernal parecía estar en la obra equivocada, como si fuera más bien el Hamlet existencial, con la duda sobre si llevar acabo sus crímenes o no tomando más fuerza que el temor mismo a las fuerzas sobrenaturales que pudieran castigar sus malas acciones. A Bernal le faltó esa “fiera sustancia” con la que se describe a Macbeth en el texto. Lisa Owen (también actriz activa en cine y televisión) manejó muy bien sus transformaciones entre Lady Macbeth y la mayor de las “hermanas del destino”, personaje que manejó a la perfección corporal, vocal y emocionalmente. En algunas escenas fue temible y despiadada como la esposa del “terrible” escocés, pero en muchas su personaje parecía estar más ad hoc para una telenovela que para un clásico Shakespeariano con gestos exagerados y una locura que en ocasiones produjo risa en vez de escalofríos. La idea de poner a actores de televisión puede no ser equivocada, pero quizá había mejores actores de tv o cine para estos papeles o quizá necesitaban ser mejor dirigidos y a veces los egos de los famosos pueden obstaculizar eso.

 

Las brujas fueron lo más impactante. Lisa Owen, Paula Watson y Assira Abate dieron vida a las “hermanas del destino”, una vieja, una adulta y una joven respectivamente. Al iniciar la obra las brujas crean un ambiente macabro y lúgubre y al realizar sus conjuros realmente producían un ambiente escalofriante. Se destacó sobre todo Assira Abate, quien interpretó a la más joven bruja con particular fuerza y quien a su vez, aprovechando su complexión física y su baja estatura, también interpretó de manera muy convincente a los hijos de Banquo y Macduff.

 

La dramaturgia de la puesta es muy buena y las carencias de los actores principales no fueron determinantes para evitar disfrutar los 120 minutos que duró la obra. En un trabajo tan bien hecho se puede observar más fácilmente los detalles a mejorar. Macbeth es un trabajo redondo que reluce a pesar de sus flaquezas.

   

Macbeth se presentó el jueves 2 de agosto en el Teatro del Centro de las Artes en Monterrey, Nuevo León, como parte de las actividades del XX Festival de Teatro Nuevo León.