El gesticulador

La historia del teatro mexicano moderno se empieza a contar a partir de la aparición de la obra “El gesticulador” escrita por Rodolfo Usigli en 1938, publicada en 1943 y estrenada hasta 1947. En ella, se mezclan el realismo costumbrista de las obras del siglo de oro español, la denuncia social del teatro de carpa (o género chico), las vanguardias teatrales del drama y una necesidad por mostrar la realidad mexicana a través de la ficción. La obra ha sido montada en diversas ocasiones desde su estreno, ya que la realidad mostrada en ella sigue siendo vigente hasta la fecha.

Como parte de la iniciativa Teatro Nuevo León, promovida por el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (CONARTE), el pasado 18 de enero se estrenó el montaje de “El Gesticulador”, bajo la dirección de Iván Domínguez-Azdar y la producción ejecutiva de Francisco de Luna. La intención de dicha iniciativa es realizar obras de teatro de gran formato, es decir, que puedan presentarse en grandes escenarios para grandes audiencias, para lo que el CONARTE brinda el apoyo financiero y de infraestructura para que se pueda llevar a cabo.

“El gesticulador” nos narra la historia de César Rubio, un profesor de historia de México que regresa con su familia a su pueblo natal, Allende, Nuevo León, para intentar rehacer su vida al no lograr sus objetivo de progreso en la capital mexicana. Por azares conoce a un profesor estadounidense quien está interesado en la vida de un general revolucionario al que se le ha mitificado como el verdadero representante de la Revolución Mexicana. Conocedor de información histórica y viendo la oportunidad de obtener una ganancia económica, César Rubio le sugiere al extranjero que él mismo es el general al que se refiere, coincidentemente con el mismo nombre.

Aunque dicha plática debería conservarse como un secreto, el extranjero decide hacerlo público, lo que deriva en una invitación por parte del Partido Revolucionario de la Nación a César Rubio para ser el candidato oficial para las próximas elecciones a gobernador. Rubio, encandilado por una oportunidad de progresar y a la vez convertirse en una figura histórica, acepta la invitación. Sin embargo, dicha candidatura ya la tenía el general Navarro, a quien Rubio tendrá que enfrentarse públicamente en un plebiscito “democrático” y en privado en un duelo de mentiras desde ambos frentes.

La obra original está concebida como una tragicomedia de realismo costumbrista, escrita con los elementos y características del estilo: todo acontece en la sala de la familia Rubio, se presentan tradiciones propias del lugar donde ocurren los hechos y hasta ocurre en tres actos formales para dar continuidad lineal al tiempo. Partiendo de esto, la propuesta de Iván Domínguez-Azdar deconstruye estos elementos para mostrar una visión contemporánea en escena, no sólo en cuanto a los elementos presentes en el escenario, sino en la forma en que éstos son tratados.

Así, desde la primer escena sabemos que no será la típica obra costumbrista que ocurrirá alrededor de una sala, ya que vemos el escenario en su máximo esplendor, desprovisto de piernas y telones y con unas estructuras, diseñada por Ricardo Carpio, que asemejan columnas incompletas que de lejos parecieran formar una bella arcada en la casa, pero que en realidad son sólo ruinas de un hogar que nunca fue. A través del desplazamiento de estas columnas en diversos momentos de la obra, estaremos presentes en diversos lugares de la sala, lo que le da cierto movimiento a la visión de los espectadores.

Domínguez-Azdar parece querer jugar con el contraste en las actuaciones, para presentarnos su interpretación del texto marcando dos realidades: la verdadera y la de la mentira. En la primera, que corresponde al inicio y final del montaje, las actuaciones están en un tono realista, arriesgándose incluso a rozar con la aburrida solemnidad de la oratoria en el personaje de César Rubio. En la segunda hace uso de la farsa para reafirmar el juego teatral que existe en la política, donde todos tienen que fingir ser alguien más para poder continuar jugando.

Es precisamente en la realidad de la mentira en donde el montaje empieza a lucirse, con la aparición en escena de la comitiva de políticos que han sido enviados con la misión de verificar la identidad de Rubio y proponerle la candidatura. Todos ellos irrumpen en la casa familiar, su comportamiento es totalmente fársico, con movimientos corporales exagerados e incluso algunos otros siendo una caricatura. Para complementar el cuadro, todos están ataviados con máscaras que, entre lo real y lo grotesco, simulan las caras de algunos de los “próceres” revolucionarios. ¿Qué político no quisiera parecerse a uno de ellos?

Aquí hay un guiño interesante a una de las bases del teatro mexicano: la carpa y el género chico. A principios del siglo XX en varias localidades del país se hicieron populares las carpas, ya sea fijas o itinerantes, en donde se presentaban espectáculos diversos, desde cantantes, bailarinas, títeres y, en la mayoría de los casos, contaban como acto principal sketches de sátira política o crítica social. Estos últimos se convirtieron en una forma de desahogo contra el descontento colectivo a la vez que eran una forma de entretenimiento accesible económica e intelectualmente.

En la propuesta que atañe a este texto, al arribar los políticos pareciera que el escenario se convierte en una carpa, donde los actores salen a burlarse de la forma en que Rubio obtuvo su candidatura y realizó su campaña. Dado el tono que manejan los actores, los chistes y las situaciones cómicas llegan a prevalecer sobre las acciones dramáticas, distrayendo en ocasiones el rumbo de la obra. Además, al tener un marcado acento regiomontano llega a parecer una comedia de teatro regional (el tipo de teatro más conocido y visto en Nuevo León, heredero por cierto del género chico), lo cual es un arma de doble filo ya que el espectador se puede ir con el mal sabor de una comedia más o puede lograr apreciar la utilidad de la farsa para hablar de temas importantes.

Hay que destacar el trabajo de Antonio Trejo, quien interpreta el papel de Rafael Estrella, no solamente por su interpretación corporal, sino por la construcción completa de un personaje que provoca la acción y la interacción en escena. De igual forma, Pedro Rivera, quien interpreta al general Navarro, logra construir un villano ambicioso sin necesidad de presentarlo como un “malo muy malo” sino como cualquier político detestable al que conozcamos. El resto del elenco lo conforman Mauro Samaniego, Rosalva Eguía, Diego de Lira, Joselyn Paulette, Roberto Alanís, Antonio Trejo, Albar Ramírez, Daniel Téllez y Pablo Dzib.

En la puesta se hace uso de música una banda de guerra para dar énfasis en ciertas escenas importantes. Este es uno de los elementos interesantes de la propuesta, ya que los instrumentos se tocan en vivo y dan a la experiencia de espectar un estímulo adicional que da fuerza a lo que se ve. Otro elemento que se integra a la muestra pero que no suma es una proyección multimedia al fondo del escenario. El video en estos tiempos es un elemento con tanta fuerza narrativa que si no es integrado como un personaje más en la puesta, puede llegar a estorbar en la fábula que se quiere contar. En este caso, al estar presente casi desde la primer escena y sin ningún sentido más que el decorativo, pierde su fuerza y no impacta cuando sí lo debería.

Además, al prevalecer un ambiente de época (según el programa, la acción ocurre en los años treinta) y privilegiar lo análogo sobre lo tecnológico (los actores mueven la escenografía en vez de una máquina, tocan los instrumentos en vez de poner una pista musical, usan máscaras en vez de usar maquillaje) el multimedia parece ser un elemento que no corresponde a la puesta. En este mismo sentido, no queda claro el por qué en una de las escena, Miguel, el hijo de César Rubio, utiliza un teléfono inteligente para grabar video, el cual después veremos proyectado.

Pareciera que la intención era presentar al hijo como la juventud que traerá las nuevas ideas, porque incluso en esa escena aparece con ropa actual, cuando toda la demás compañía sigue con ropa de la época. Sin embargo, durante la presentación Miguel no tiene un peso importante, no refleja el contraste con las ideas del padre y tampoco hay una conexión con el público para que lo podamos ver como la nueva esperanza

En el teatro mexicano existe una costumbre de “honrar” a los textos clásicos nacionales montándolos tal cual fueron concebidos, derivada quizás de la antigua concepción del dramaturgo como el artífice de la puesta en escena. Sin embargo la escena contemporánea demanda que sea el director o el director de la mano del dramaturgo quien determine qué es lo que sucederá sobre el escenario. Ante esta realidad, los textos clásicos, especialmente los del realismo costumbrista, no deberían montarse tal cual se hacía hace 50 o 60 años. Están pensados para un público que no es el de hoy, con un lenguaje (verbal y escénico) que ya no nos corresponde y que se quedan cortos ante la amplia gama de elementos que se tienen para la creación escénica.

Por ello, se agradece, en primer lugar, que el Consejo de Teatro Nuevo León haya apostado por segunda ocasión por una propuesta contemporánea de un texto clásico. Hubiera sido muy fácil caer ante la tentación de ofrecer algo que ya se haya visto pero que podría ser popular, redituando en grandes números de asistencia. En segundo lugar, hay que reconocer la valentía de Iván Domínguez-Azdar para agarrar el texto de Usigli, tomar las partes esenciales y hacerlo un montaje a su estilo, con su propia visión de los problemas que plantea Usigli e incluso buscar acercarlo a audiencias del siglo XXI. Si se han montado diferentes versiones y adaptaciones de autores clásicos como Sófocles, Shakespeare o Ionesco, ¿por qué no hacerlo con los clásicos mexicanos como Usigli, Leñero o Carballido?

Más allá del jardín.

RECOMENDACIONES PARA DESPUÉS DE VER LA OBRA.
Sacrilegio

Olga Harmony anota un interesante “sacrilegio” en el texto de Usigli al no poder explicar en la historia cómo fue posible que nadie notara que había dos personas nacidas en las mismas fechas, con el mismo nombre y en un pueblo pequeño.

https://www.jornada.com.mx/2010/07/01/opinion/a10a1cul
En pocas palabras

Para un resumen amplio pero condensado de la obra, sugiero revisar “Regreso al Gesticulador”, de Guillermo Sheridan, publicado en Letras Libres.

¿Cómo lo hizo? :O

Pocas veces se hace público el proceso de creación ya no solo de los montajes, sino también de sus elementos. Ricardo Carpio compartió algunas imágenes del proceso de realización de la escenografía para este montaje

https://www.facebook.com/ricardoagarca/posts/10161257067830623?__tn__=-R
Cuéntame más.

Para más información sobre el contexto histórico y la relevancia de “El gesticulador” recomiendo el libro “Teatro para caníbales. Rodolfo Usigli y el teatro mexicano” de Peter Bearsell (Siglo XXI Editores, 2002) y el capítulo “Un teatro para caníbales: Rodolfo Usigli y el festín de los demagogos” de Flavio González Mello en el libro “Un siglo de teatro en México” coordinado por David Olguín (Fondo de Cultura Económica, 2011)

https://www.gandhi.com.mx/un-siglo-de-teatro-en-mexico
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